21 de diciembre de 2015

País, nación y estado

País, nación y estado

Ya somos 500 millones de hablantes que formamos muchas naciones, cada una con tradiciones distintas, pero las Academias de la Lengua se han impuesto la tarea de conservar un mínima unidad en el idioma, un reto arduo, difícil y complicado, sobre todo cuando esas mismas Academias han renunciado al magisterio de las autoridades, como en el primer Diccionario, y entienden que la lengua la hacen hablantes.

Otro problema añadido es que el lenguaje siempre está contaminado por la ideología dominante, la que se deriva de la situación política, que en este caso tiene especial incidencia, porque son términos muy contaminados precisamente por esa situación política.

Todo lo cual hace especialmente complicado un acuerdo sobre el significado de semejantes términos.
Trataré sin embargo de acotar unos límites entre los significados que nos permitan, si no entendernos, al menos reflexionar sobre ellos y decidir.

País

Según la segunda acepción del Diccionario de la RAE, país “es un territorio con características geográficas y culturales propias”.
Difícilmente un territorio puede tener “características culturales”, todo lo más las tendrán su gente, es decir, los paisanos o paisanaje. Un territorio sólo puede tener características físicas o geológicas y en este sentido no cambia de un día para otro, sino de una era geológica para otra.

Aunque también el ser humano puede cambiar los paisajes con su acción. Véase cómo la Amazonía está en peligro por la deforestación. Tal vez al Sahara le sucedió lo mismo en otro tiempo.

Nación

Entramos así en la consideración de la segunda cuestión: la nación, vocablo con una tremenda carga política aún en nuestro Estado.

Fueron los románticos quienes definieron la nación como el conjunto de ciudadanos que comparte una cultura e historia común, que se manifiesta en una lengua también común, lo cual les da derecho a un Estado independiente.

Nada que objetar, salvo el derecho. ¿Cuál es la fuente del derecho? Sin duda la tradición y la historia son determinantes, pero en definitiva quienes deciden son los ciudadanos. En la historia, como en el Universo, todo cambia y sólo la voluntad de los ciudadanos es decisoria. Sin duda hay que garantizar que los ciudadanos no cambien de opinión cada amanecer, porque sería desastroso, pero ese es otro problema.

Estado

Es la más simple y al mismo tiempo la más difícil de las acepciones, porque depende de la siempre voluble voluntad de los humanos.

Según la RAE es “la forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio”.


Por tanto nada que ver con las características del territorio o país, ni la cultura, sólo la voluntad de los ciudadanos decide, aunque la minoría dominante se agarrará a un clavo ardiendo con tal de imponer su voluntad a las otras minorías. Sin duda un cierta homogeneidad cultural favorecerá la integración política. Pero esto es como el matrimonio: todos hemos visto cómo parejas completamente asimétricas triunfan y en cambio aquellas que parecerían destinadas a triunfar por un montón de semejanzas fracasan.

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