7 de octubre de 2007

Al filo de lo imposible

Sobre la cuestión vasca
Dijo un montañero que las montañas son un reto mudo. Voy a escalarla porque está ahí, dijo, sin más. La lista de los que han muerto en el intento es larga. Dijo don Miguel de Unamuno que el hombre (se refería a la especie, pero, ya saben, el lenguaje políticamente correcto no existía entonces) es un animal enfermo. Ningún otro animal se pone en peligro de muerte más que para huir de la muerte y reproducirse, que es otra forma de huir de la muerte. Sin duda el ser humano ha llegado adonde está porque se propone escalar montañas y llegar a la luna y a los planetas gratuitamente, porque sí. ¿Recuerdan que el sol y la luna eran dioses para los antiguos hasta que dejaron de serlo?
Trato de entender la cuestión vasca. Algunos vascos se han propuesto construir un estado independiente. Vale, es un reto como otro cualquiera, como escalar un ochomil o cruzar el Estrecho a nado. Buscan o inventan unas señas de indentidad y fundan en ellas su pretensión. Otros no aceptan ni lo uno ni lo otro. Si usted quiere escalar el Everest y tiene quien lo apoye, está en su derecho, pero a mí no me obligue a seguirlo. Lo grave surgió cuando unos en nombre de la nación vasca y otros de la nación española se liaron a tiros. Aún hoy los fieles de la nación vasca siguen liándose a tiros o bombazos indiscriminadamente. Y los otros fieles apelan a una Constitución ante la que los vascos se abstuvieron mayoritariamente, no se identificaban con ella, no la reconocieron.
Un dirigente de los creyentes en la patria vasca declaró ayer que el Gobierno, con las últimas detenciones, les ha declarado la guerra. Esta es una característica de todos los mitómanos, confunden la realidad con sus deseos o la acomodan a sus creencias. Llueve porque el dios de la lluvia llora. Florecen las plantas porque Perséfone sube a la Tierra desde el Hades. La guerra la declararon ellos cuando pusieron la bomba en Barajas. El Gobierno, al menos este Gobierno, no persigue a los independestistas vascos, sino a quienes en nombre de la patria vasca ponen bombas. Un ligero matiz que al parecer ellos no entienden, como todos los mitómanos.
En otro tiempo la Iglesia Católica obligaba a convertirse a los infieles y luego los quemaba bajo la acusación de herejes. Hoy ya no se atreve a tanto, pero aún pretende ejercer su magisterio con el presupuesto del Estado en lugares propiedad del Estado, aconfesional según la Constitución. Todas las iglesias son peligrosas. Parece un temor muy extendido que quien no comparte unas determinadas creencias pone en peligro el ser de la comunidad. ¿Tan frágil es nuestra autoestima? ¿Siempre hemos de levantar banderas y obligar a otros para sentirnos seguros?

1 comentario:

Anónimo dijo...

En una época y un continente, donde se nace con una panadería bajo el brazo, resulta difícil encontrar algo por lo que luchar. Por eso admiro a los que pelean por un mundo mejor, por una vivienda digna, por la igualdad efectiva hombre-mujer, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, no entiendo el fanatismo de las banderas, de ninguna, ni de los territoriarismos. Sólo creo en esa pequeña patria que todos llevamos en el alma y en el corazón y que nos transporta a lo mejor de nosotros a través de la memoria de lo vivido. Puede ser aquel banco del primer beso o simplemente el patio de juegos de un colegio. Considero las fronteras como meras barreras administrativas.