16 de enero de 2008

Vía de la Plata en bicicleta

Mientras asiste respetuoso a la Misa de Peregrinos, el recién llegado reflexiona sobre el mito y el esplendor del rito. La Iglesia se gestó y vio la luz en la Roma imperial; todo en ella destila ese origen, el sentido del poder, el culto al poder y los poderosos, la pompa y fausto del culto. Al día siguiente estaría entre los asistentes, en primera fila y lugar destacado, el ex presidente de México Vicente Fox Quesada, que mereció una mención especial, «tenemos el honor...» dijo el celebrante. La Iglesia, hija y heredera del Imperio, siempre atenta a las glorias mundanas y a la glorificación del poder. El mito como aglutinante de voluntades, el rito como bebedizo alucinógeno, bien agitados o batidos convenientemente, componen la droga que, sabiamente administrada, necesitan las muchedumbres para soportar su amargo destino. Por supuesto, la palabra del Maestro de Nazareth yace sepultada bajo montañas de latines añejos y letanías estériles o perseguida cuando alguien intenta vivificarla. Que se lo pregunten si no a los obispos Óscar Romero y Pere Casaldàliga o a los jesuitas Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino.

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