11 de mayo de 2007

El cazador posmoderno

Me llama la empleada de un banco y me suelta la matraca para que domicilie la nómina en su entidad. ¡Pobre chica! Habla y habla a toda velocidad, quizá es la técnica para abrumar al posible cliente, como la que me vino hace una semana para que me cambiara de operadora telefónica. Entonces acepté porque ya lo tenía muy pensado. Ahora he dicho que ya lo haré por escrito, que por teléfono no me gusta hacer según qué cosas. Me daba pena la chica repitiendo agónicamente su rollo desde una mesa, con unos auriculares puestos y un micrófono delante... y un número y otro número, a ver quién cae, siempre el mismo discurso y los mismos trucos retóricos. Al menos el pescador o el cazador prehistórico respiraba el paisaje y tenía horizontes abiertos... ¡Qué trabajo tan horrible! Para que al final otros engorden. Yo la dejaba hablar, no tenía ganas de decirle que no a la primera, pero en su manera de hacerlo notaba su angustia pendiente de un salario miserable con el que malviviría, porque se lo comería una hipoteca o la mensualidad del alquiler.

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